
Por: Diegomateus
@Diegomatteus
Bogotá tiene esa curiosa capacidad de morir y renacer. De suicidarse y resurgir.
Bogotá, la derruida capital de este país del olvido, se levanta de su lecho de muerte como un zombie que vuelve a la vida sin alma ni sentimientos.
Bogotá llegó a ser bella como una dulce Lolita que prometía tener curvas, malicia y conocimiento. Pero fue muy alta la expectativa para esta ciudad que vive su mal presente como una eterna adolescente de edad madura que se mueve en la vida reparchando su estética y sus valores.
Esta ciudad también tuvo el atractivo de ser melancólica, bohemia, misteriosa, ahora no, ahora es triste, y ni siquiera triste como lo puede ser la bella canción de Joy Division “Atmosphere” sino más bien con la tristeza macabra de una atmosfera subnormal, amortiguada por la decidía que le da a esta ciudad el paso de los caminantes zombies de las calles chapinerunas, que caminan con su hastió cotidiano que contamina las calles y los pulmones de los otros bogotanoszombies que van rumbo al trabajo con sus corbatas de motivos sin vida, al igual que ellos.
Bogotá llegó a tener movimiento, vida, color. Ahora Bogotázombie se mueve despacio con sus avenidas atestadas de huecos, anacrónicos semáforos y autos que apenas avanzan como zombies a menos de 11 km por hora, y que colapsa entre las 5 y las 8 de la noche que es, cuando gracias a la caída de sol, salen los zombies en demasía a moverse atrofiadamente dentro del aletargamiento de esta ciudad caníbal, que está decorada por una eterna tela verde como gasas sobre sus heridas.
Bogotá tuvo en su momento pequeños gaminantes inofensivos que sólo pedían un pan, después ellos mismos se unificaron guiados por sus pésimos olores en una calle atestada de miseria que se fue convirtiendo en un peligroso cartucho a punto de ser disparado por una M16, porque el estado nunca se tomó la molestia de desactivarlo y reintegrarlo, sino más bien, con sus políticas excluyentes, permitió el ingreso de más pólvora a ese cartucho que de tantos perdigones juntos terminó explotando y arrojando a los gaminantes llenos de odio y resentimiento a toda la ciudad; por eso es común ver a los bogotanosgaminanteszombies deambulando por Cinco huecos, Castilla, Chico, Usaquén, Kennedy, Bosa, el Palacio Lievano. Ahora, estos ciudadanos muertos en vida, tan bogotanos como los escoltas que dejan sus tanquetas de guerra en cualquier vía pública, caminan arrastrando los pies, durmiendo en todas las calles, acumulando malos recuerdos y malos pensamientos; con sus trajes roídos por culpa del apocalipsis cotidiano, mirando a quien le quitan una moneda, un bolso, un celular, un parabrisas, un brazo, un riñón. Bogotanosgaminanteszombies fiel reflejo del odio de nosotros sus prójimos criminales.
Bogotázombie, manejada por un consejo zombie, que lo que hace es tragarse, como si fueran las viseras de un niño inmaculado, las arcas de los tontos bogotanos que aún los elegimos.
Bogotázombie, próximamente manejada por un nuevo alcaldezombie que le ganó en franca lid a otros zombies que querían devorarse la ciudad; que prometió agua para todos y que seguramente estará contaminada por algo, un mal contrato, una mala licitación, o quizás por las curtiembres que botan sus desechos de occisos al rio Bogotá, río muerto que aún respira, infectando a todos los bogotanos que nos bebemos la esencia del infierno mismo desde el tubo de la casa.
Bogotázombie, atravesada de miseria a miseria por un sistema masivo de transporte que moviliza, muy masivamente, a hombrecitoszombies como si fueran una masa amorfa; unos peregrinos del éxodo que no merecen el más mínimo de respeto y que por eso los apretujan como prisioneros de guerra en vagones de trenes que parten de campos de concentración Nazis rumbo a la aniquilación.
Bogotázombie con un clima zombie. De soles itinerantes iracundos y rabiosos, de lluviecitas constantes que caen como limón en los ojos y de lluvias torrenciales que inundan la ciudad y las ganas de querer salir de casa, desalojando a los hombrecitoszombies del asfalto y dejando las calles, mojadas, tristes, solas, agonizantes y derruidas.
Bogotázombie con unos taxistaszombies que no hacen amistad con nadie, que no transportan a nadie, que no creen en nadie, ni siquiera en ellos mismos. Pero que al primer descuido, desangran tu bolsillo.
Bogotázombie, con centros comerciales atestados de compradores sin vida ni criterio, que devoran las promociones de Zara, de Mango, de Arturo Calle, y que al siguiente día, caminan sin tener que comer pero con un pantalón reluciente que los haga ver menos miserables, menos tercermundistas, porque aún no entienden que el tercermundismo se lleva por debajo de la piel.
Bogotázombie, con una banda sonora agresiva como una canción de grindcore, con sirenas escandalosas, pitos, gritos, taladros, insultos y denuncias, que elevan los límites del desespero a la máxima potencia.
Bogotázombie bajo una nube gris, constante y eterna, mezcla de ácido, smog y maldad. Que contamina los Urapanes, los Pinos, Acacias y Eucaliptos, que tan bien llegaron acá para chupar con sus raíces tanta agua de esta ciudad inundada desde su fundación, pero que son los únicos testigos prudentes de la destrucción constante y paulatina de esta ciudad que cada vez se hunde en sus propias miserias colectivas.
Bogotá, una ciudad que muere, que nace, que se suicida, que renace, como un zombie al que se le olvido el amor.